DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XII
Desde muy antiguo, según afirman los historiadores, ha existido actividad humana en la zona del Moncayo, ya que su riqueza en agua, caza, pastos, madera, minerales, suelos fértiles y clima benigno fue muy favorable para ello.
Se conocen datos de dos asentamientos en el monte de la Diezma, en la zona del Albortú: el más antiguo es un conjunto lítico de superficie del Paleolítico de escasa entidad, y el otro de época celtibérica situado a media ladera junto al camino que va de Tarazona al Moncayo, donde se encontró una piedra circular de molino completa en dos partes, que se encuentra expuesta en el Centro de Estudios Turiasonenses en Tarazona. Estos yacimientos arqueológicos nos dan fe de la presencia humana en el término de Grisel desde la antigüedad.
Estas tierras estuvieron dominadas por la tribu celtibérica de los lusones, que fueron derrotados por los ejércitos romanos en las proximidades del Moncayo el año 179 a.d.C. Durante los siglos de dominación romana, el valle del Queiles estuvo lleno de villas que aprovechaban los recursos agrarios de la zona. En las cercanías del pozo de los Aines se han encontrado algunos restos de lo que podría haber sido una de estas villas, que producían productos de huerta así como vino, aceite y trigo. La posterior invasión de los pueblos bárbaros hacia el siglo V, con la consiguiente destrucción que trajo, dieron paso a la época visigoda, de la que no se conoce ninguna mención de Grisel o Samangos, suponemos de la existencia de alguna pequeña aldea dependiente del señor de la zona.
En el año 713 toda la comarca cae en poder de los musulmanes, en Grisel y Samangos se asentaron un gran número de ellos. Tras cuatro siglos de dominación nos dejaron un importante legado, tanto cultural como arquitectónico, así como sus sistemas de riegos, medios de producción agrícolas y ganaderos, y conocimientos artesanos.
DE LA EDAD MEDIA AL SIGLO XVI
Tras la conquista a los moros por el rey aragonés Alfonso I El Batallador de la Comarca de Tarazona en el año 1119, éste nombró nuevo señor de estas tierras a su caballero Centulo de Bigorra, que inmediatamente restauró la sede episcopal nombrando obispo a D. Miguel, monje de San Juan de la Peña. El rey otorgó a Tarazona un Fuero o ley donde concedió privilegios para sus habitantes, y que fue el mismo para todos los pueblos vecinos. La rapidez de la conquista hizo que permanecieran muchos de los moros en los pueblos que habitaban, quedándose tanto los libres, como los tributarios o “exaricos”. Tras los años de confusión que siguieron a la muerte del Batallador, y hasta que el trono no fue ocupado como príncipe por Ramón Berenguer, esta zona no quedó repoblada por los nuevos conquistadores.
Alrededor del castillo de Grisel fue configurándose el pueblo, existiendo documentos de que hacia 1301 era propiedad de D. Lope Ferrench de Luna, y posteriormente de Hugo Folch y su esposa Blanca, vizcondes de Cardona, quienes en 1351 lo vendieron al Cabildo de Tarazona por 19.000 sueldos. Unos años más tarde, en 1388, también se hizo el Cabildo con la propiedad del vecino pueblo de Samangos, y a partir de entonces la historia de ambos pueblos fue paralela, hasta la desaparición de este último y pasar sus tierras a pertenecer al término de Grisel.
Esta comarca fronteriza entre Castilla y Aragón, fue protagonista entre los años 1357 y 1369 de la llamada Guerra de los Dos Pedros, entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla. Durante los doce años que duró la misma los pueblos pasaron de manos aragonesas a castellanas en varias ocasiones, llevando con ello la ruina a muchos de ellos, hasta que la astucia diplomática del rey aragonés triunfó sobre la fuerza guerrera del castellano. Testigo de aquellos tiempos quedan en La Diezma los restos de un torreón de planta cuadrada, del que sólo se conserva una hilada, empleado seguramente para dar aviso de las incursiones enemigas, dada su privilegiada situación ya que tenía visibilidad directa con los castillos del valle del Queiles, sirviendo así de enlace entre Borja y Tarazona.
Tras la unión de Aragón y Castilla con el matrimonio de Fernando e Isabel, Los Reyes Católicos, esta zona perdió su condición de frontera entre ambos reinos, comenzado con ello una época de paz y a la vez perdiendo protagonismo en la historia medieval.
LA EXPULSION DE LOS MORISCOS
Un hecho determinante en la historia de Grisel y Samangos fue la expulsión de los moriscos.
Tras la conquista de toda esta Comarca, la población rural, tanto de hombres libres como siervos permaneció casi íntegramente, pues siendo la principal riqueza la renta de las tierras, si echaban a los moros era muy difícil que los cristianos los suplieran, ya que no eran muchos y carecían de experiencia en los cultivos de regadío.
Excepto en Tarazona, Los Fayos y Malón, en todos los demás pueblos de las orillas del Queiles predominó la población musulmana, Grisel y Samangos tras la conquista pasaron a depender de un noble cristiano primero por tenencia y luego en propiedad, siendo éste seguramente el único cristiano que había en el pueblo. Por tanto la mayor parte de los moros quedaron bajo su dominio que ejercía con suprema y absoluta potestad, disponiendo tanto de sus vidas como de sus haciendas, así como ostentando el poder civil y jurídico. Tributaban los moros un pago anual con parte de las cosechas, que oscilaba entre un tercio en el regadío a un sexto en el secano.
A finales del siglo XIV, en 1387, la población mora o mudéjar continuaba predominando en Grisel y Samangos, los escasos cristianos que había residían en el castillo y no participaban en la “aljama” (actual ayuntamiento). Según el Fogaje (censo) ordenado en 1495 por el rey Fernando El Católico para el cobro de los impuestos, eran unos 210 los moros que habitaban en ambos pueblos, en Grisel encontramos nombres árabes como: Mahoma Ezbe, Ybrahi Coraçon, Alii Dezle, Alborgi, Abequayel, El Alamin, Alhax, Farax Dayn, así en casi los 42 fuegos (casas) censadas, de ellas solamente 5 estaban habitadas por cristianos, las de: Juan de Los Fayos, Jaime de Luna, Rodrigo Casado, Peralta, el jurado Ferrán Casado y la del alcaide Sancho Sánchez. En el año 1526 llegaron a ser 300 los moros que había en ambos pueblos, siendo obligados en toda España por el rey Carlos I a elegir entre el bautismo o el destierro. Sin apenas adoctrinamiento pasaron de musulmanes a cristianos y los problemas no tardaron en aparecer.
Los nuevos convertidos fueron llamados moriscos y pretendieron equipararse con los cristianos formando una única comunidad. Los señores laicos o eclesiásticos, les hicieron saber que debían soportar las mismas cargas que cuando eran moros y formar un concejo aparte, transformando la “aljama”. A partir de entonces fueron perseguidos por la Inquisición a causa de las muchas profanaciones contra la Iglesia ya que su conversión había sido más fingida que real, protagonizando varias rebeliones, mandando quitarles las armas en varias ocasiones y sublevándose los de Grisel en 1528 siendo obispo de Tarazona D. Gabriel de Orti, que tuvo que intervenir para pacificar estas tierras.
Tras varios años de enfrentamientos y favorecido por la Inquisición, el rey Felipe III con la presión de su mujer la reina Margarita y por mediación de su valido el Duque de Lerma, dispone la expulsión de los moriscos de España. Para Aragón se firmó la orden el 17 de Abril de 1610 siendo su Virrey el Marqués de Aytona el ejecutor de la misma, abandonando tierras aragonesas mas de 60.000 moriscos, y concluyendo la misma el 16 de Septiembre del mismo año.
En la comarca de Tarazona los primeros moriscos en ser expulsados fueron el 11 de junio de 1.610 los de Vierlas y Novallas, siguiendo en días sucesivos los del resto de los pueblos. De Grisel y Samangos tardaron un poco más en hacerlo, ya que fueron obligados a recoger la cosecha de cereal como pago de las muchas deudas que tenían contraídas con el Cabildo de Tarazona, dueño de ambos términos. Por fin el 16 de agosto fueron expulsados unos 400 moriscos de estos lugares, saliendo de España por Somport (Huesca) hacia los puertos franceses del Languedoc desde donde fueron llevados al norte de África, quedando ambos pueblos prácticamente despoblados, aunque Samangos ya lo estaba prácticamente desde años antes. Un memorial de aquella época lo narra en los siguientes términos: “Los moriscos de los lugares de Grisel y Samangos salieron de España por mandato del rey don Phelippe terçero de Castilla y segundo e Aragón en compañía de los moriscos de Sancta Cruz y Cunchillos, a diez y seys días del mes de agosto, de lunes día de San Roche, año de la encarnación de Nuestro Señor Ieuchristo mil seyscientos y diez, siendo obispo de Taraçona el muy religioso y sierbo de Dios don fray Diego de Yepes, y vicario de los dichos lugares de Grisel y Samangos por los señores del cabildo de la ciudad de Taraçona como señores de dichos lugares mossen Juan Baztan y Varreneche. Poblose el lugar de Grisel después de la expulsión de dichos moriscos el mesmo año. Sea todo a honrra y alabanca de Nuestro Señor Iesuchrito y la Virgen María por siempre jamás. Amen”.
DE 1610 A LA ACTUALIDAD
Tras la expulsión de los moriscos el cabildo de Tarazona, señor de ambos pueblos, vio disminuidas sus rentas a la mitad. Grisel fue repoblado con cristianos llegados de otros lugares vecinos, recuperando muy lentamente su población, que hasta dos siglos más tarde no volvió a tener el número de habitantes que tuvo en 1610, lo que produjo un importante retraso en el desarrollo del pueblo en relación con los municipios vecinos donde la población morisca no fue tan importante. Samangos quedó medio abandonado, hasta que poco a poco sus tierras pasaron a pertenecer al término de Grisel. A finales del siglo XVII Gregorio de Argaiz en su obra “Teatro monástico de la Santa Iglesia, ciudad y obispado de Tarazona”, escribe sobre Grisel: “ que oy es pequeño pueblo de la iglesia y cabildo de Taraçona: porque era cosa grande cuando era de moros, y lo fue, hasta que los Católicos Reyes de Aragón la ganaron, dexandolos en ella: pero después que la majestad de Felipe Tercero los echo de España, quedó muy flaca de vecinos; por no ser los christianos, que se han avezindado en Chrisel, tan hijos de este siglo, en quanto a labrar la tierra como los moros”.
La Guerra de Sucesión entre Felipe V y el pretendiente austriaco Carlos de Hansburgo de cuyo lado estuvo Aragón, tuvo en esta Comarca varias batallas, repeliendo un ataque en 1706 en Grisel las tropas acantonadas en Tarazona, y contribuyendo el pueblo en 1711 con unidades de tropa. Con el triunfo del rey Felipe V, desaparecieron definitivamente los antiguos Privilegios de Aragón y la derogación de sus Fueros, con el consiguiente incremento de las contribuciones reales, que arruinaron un poco más toda esta comarca.
El siglo XIX comenzó con la invasión napoleónica cayendo inmediatamente bajo su dominio toda esta región. Acabada la guerra con la vuelta de Fernando VII, comenzó una época de precariedad económica por el abandono del campo en los años de la guerra y los continuos vaivenes políticos. Las Guerras Carlistas de 1834 a 1840 la primera y de 1872 a 1876 la segunda, no tuvieron incidencia directa en estas tierras, pero si indirecta al tener que soportar el paso de los ejércitos del norte hacia las comarcas del Maestrazgo de Teruel. La desamortización de las propiedades de la Iglesia a partir de 1836 y durante todo el siglo XIX, propició el cambio de la propiedad de las tierras de Grisel, la creación de un Ayuntamiento independiente al dejar de pertenecer el municipio al Cabildo de Tarazona y la roturación de gran parte del monte de La Diezma.
Con la llegada del siglo XX, y la industrialización, propiciada por las grandes Guerras Europeas, muchos “griseleros”, sobre todo mujeres, comenzaron a trabajar en las cercanas fábricas textiles de Tarazona, sin abandonar por ello las faenas agrícolas. La Guerra Civil que se libró en nuestro país de 1936 a 1939, también dejó su huella entre los habitantes de Grisel que la vivieron desde la llamada zona nacional, falleciendo varios de ellos en la misma y sufriendo luego los rigores de la posguerra.
Las últimas décadas de este siglo se caracterizan por el abandono progresivo del pueblo por parte de sus habitantes, ante la poca expectativa de futuro que tenía el trabajo agrícola. La emigración a las grandes ciudades, donde nuevos trabajos mejor renumerados y las comodidades del progreso llevaron a muchos griseleros a residir, no han impedido que en estos últimos años una vez jubilados, hayan vuelto para pasar unos meses al año de nuevo en su pueblo, arreglando para ello en muchas ocasiones las viejas casas que dejaron e incluso haciéndolas nuevas, consiguiendo con ello una nueva forma de vida para Grisel que ve así incrementada su exigua población, y atrayendo con ello nuevos habitantes al pueblo.